La producción peruana No se lo digas a nadie (1998), de Francisco J. Lombardi, además de una de mis películas favoritas, es uno de esos filmes altamente necesarios para la visibilización y valoración positiva de la homosexualidad.
La película está basada en una novela homónima del escritor Jaime Baily. El film aborda la marginación de las personas homosexuales; aquello de llevar una vida en los subterfugios, en los bajos fondos, en los recodos de lo visible, en la periferia de la sociedad.
El film aborda el proceso de su (no) aceptación de la homosexualidad por parte de un joven, llamado Joaquín, proveniente de una familia pudiente del Perú. Se trata de un proceso complejo, porque al protagonista no se lo pone nada fácil la gente que le rodea. Ni sus padres, ni sus amigos, ni la novia predestinada, ni el cura, ofrecen a Joaquín un claro en el horizonte para el desarrollo no acomplejado de su amor hacia los hombres.
El título de la película ofrece un contenido muy simbólico: "no se lo digas a nadie" porque pueden reírse los niños de mí; "no se lo digas a nadie" porque mi familia se enojaría conmigo si descubriese que soy diferente; "no se lo digas a nadie" porque el peso de la religión caería sobre mis espaldas. "No se lo digas a nadie" porque soy un niño indefenso que poco puedo hacer frente a la poderosa maquinaria de control social de la homosexualidad.
"No se lo digas a nadie" es una película que destaca en el retrato de la frescura de una juventud que anhela divertirse y pensar que puede ponerse el mundo por montera. Sin embargo, el abuso de las drogas y la búsqueda incesante de encuentros múltiples nos indican la amargura y soledad que envuelve a los personajes del relato y más aún al protagonista. Así, nuestro anti-héroe Joaquín se las verá envuelto en una odisea de búsqueda desenfrenada de compañía que nunca fructificará. Como le dice su amigo: "En este país puedes ser coquero, ladrón, mujeriego o lo que te dé la gana, pero no te puedes dar el lujo de ser maricón". (F.R.C.)