Desde la primera escena de La ley
del deseo supe que me encontraba ante un film que ignoraría todos los tabús
posibles. Un hombre recibe instrucciones de una voz en off que le exige que se
desnude, se tumbe en la cama, se acaricie y se masturbe. Teóricamente no vemos
gran cosa, pero en realidad lo vemos y sentimos todo; en nuestras propias
carnes. La atmósfera erótica da comienzo. La ley del deseo nos atrapa.
Sólo Pedro Almodóvar podría habernos regalado una película tan
transgresora y explícita en plenos
años 80.Pablo
(Eusebio Poncela) malvive enamorado de Juan (Miguel Molina), quien le respeta y
aprecia pero nunca podrá amarle; sencillamente no puede. Y así conoce Pablo a
Antonio (Antonio Banderas), quien se obsesiona con él hasta límites
insospechados. Pero Pablo es inevitablemente fiel a Juan, y eso lleva la
situación de celos al límite de la perturbación.
Imprescindible también el personaje de Tina (la gran Carmen Maura en uno
de sus mejores papeles), la hermana trans de Pablo. Ambos comparten el
secreto de porqué ella decidió hacerse trans, en una historia de pasión,
obsesión y fantasmas pasados al más puro estilo Almodóvar. Ella protagoniza
además la escena más mítica de la película. Al estilo de Anita Ekberg en La dolce vita (Federico Fellini, 1960),
Tina, embotada en un potente vestido rojo pasional, pide a jadeos ser regada
por una manguera para poner fin a su asfixia de calor. Un inolvidable y
maravilloso sinsentido.
La ley del deseo es pionera en mostrar una relación entre dos hombres sin censura. Almodóvar logra reflejar la penetración
transgresoramente sin llegar a mostrar demasiado ni regodearse en ello. La
habitual estruondosidad del director manchego da paso a la naturalidad para
tratar un tema que aún hoy impacta a los espectadores.
Admito que esta película me descolocó. No esperaba encontrar escenas tan
explícitas ni declaraciones tan impactantes, especialmente considerando que es
dieciocho años anterior a que Brokeback
Mountain (Ang Lee, 2005) causara polémica. Supongo que el mundo ya ha
aceptado a Almodóvar como un genio de la transgresión y evita dar importancia a
sus temáticas. De todos modos, ese mismo año nacieron los premios Goya y este
brillante film no fue ni mencionado. El riesgo se paga a un alto precio.
Pero hoy recordamos a La ley del
deseo como el mensaje del director más aclamado de nuestro país a favor de
la tolerancia. A simple vista, los personajes de Pedro Almodóvar parecen
demasiado estrambóticas y obsesivos como para transmitir una idea positiva del
mundo LGTB. Pero lo cierto es que Almodóvar no busca crear personajes
“normales”, sino hablar de la diversidad de personajes de la vida, que pueden explotarse por el cine como cualquier otro
elemento, sin necesidad de discursos que normalicen lo que es normal por
derecho propio.
Crítica de Juan Roures